lunes, 30 de julio de 2012

La historia del Santo Papita


Por: Pablo David Mendoza Macalupú

En el distrito de Tamarindo, Provincia de Paita, Región Piura, Perú, se rinde culto al santo más pequeño de la región y del Perú y sin temor a equivocarme tal vez del mundo:

El santo papita,  San Pedro, cuya estatura no pasa de los 8 centímetros. Según la historia, en el caserío de Vista Florida, un agricultor llamado Juan Cortez Prieto tenía una casita de carrizo con barro y techo de totora. Este campesino trabajaba en una hacienda situada en la jurisdicción del Distrito de Amotape y para dirigirse a sus faenas acortaba camino cruzando los cerros.

Cuenta que diariamente después de la jornada de trabajo reposaba casi a la mitad de camino, agotado extendía su alforja debajo de una gran piedra y ahí tendía su cuerpo cansado, esta rutina la cumplía todos los días.

Un buen día después del merecido descanso estaba recogiendo sus cosas cuando se percata que al costado de estas se encontraba una estatuilla con la imagen de un santo  que en un principio y luego de mirarlo pensó que era un san Antonio. Absorto en sus pensamientos, optó por acomodarlo en un lado de su alforja y dirigirse a su casa para mostrarlo a sus familiares.

A la hora de cenar se acuerda del hallazgo de la tarde y va en busca de la diminuta estatua de lo que él consideraba un santo para mostrársela a su madre quien luego de verlo sugirió que lo introduzca en una olla de barro y colocarlo debajo de una tarima de barro, que era su cama para protegerlo de la intemperie.

Transcurre el tiempo y a principios del siglo XX se produce un periodo lluvioso y la familia de Juan Cortez fue la más afectada, lo perdió todo debido a la fuerzas de las aguas que formaron torrentosas quebradas. La familia Cortez desesperada por este desastre  decide rescatar algunas de sus  pertenencias, siguiendo el cauce de la quebrada buscan entre el barro los palos y las piedras y la corriente de las aguas, algo que les sea útil.

Pasado el temporal Juan se acuerda del santo que había depositado en la olla de barro que en un extraño pensamiento hace que cada día después de retornar del trabajo en vez de descansar se dedicaba a buscar la olla con la estatuilla del santo que había guardado

Un buen día en que ya anochecía caminaba ensimismado en esta tarea, cuando se percata de una extraña luz intermitente  a lo lejos de un recodo de la quebrada que parecía hacerle señales. Con gran curiosidad se acercó temeroso para saber de que se trataba, dándose con la sorpresa  que se trataba de una botella de vidrio con tapa y dentro de ella la imagen que había guardado en la olla de barro.

Muy emocionado lo recogió y se dirigió a su hogar comprobando en el trayecto que la estatuilla del santo se había mantenido seca durante las fuertes lluvias. Este creciente rumor sobre la extraña aparición del santito y la forma y circunstancia de cómo había sido encontrada  corrió como reguero de pólvora entre los moradores de todo el caserío considerándolo como algo sobre natural.

Dada las circunstancias del hallazgo la población empezó a creer que se trataba de una  efigie milagrosa, desde entonces empezaron a rendirle culto en la zona y vecinos de las  dispersas ramaditas, en aquel entonces de Vista Florida.

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