Autor: Eddy Sullón Ramos (*) 13
octubre 2012
Cierto
día mientras atardecía, todos los animales del bosque se preparaban para
dormir, las aves regresaban en bandadas después de haber tenido un arduo día,
pues habían recorrido varios kilómetros en busca de alimento; los venados cobijaban
sus crías y lamiendo sus cuerpos hacían que éstas se duerman, las leonas
parpadeaban mirando a sus cachorros que correteaban jugando fuera de la guarida
y así todos se preparaban para recibir la noche; aquella noche que no sería
igual a las anteriores.
Ese
dia ningún animal se había peleado con otro, todo había sido pacifico, incluso
se le vio al león correteando con un venado, a una serpiente acariciando los
hijuelos de la paloma dejando deslizar su cuerpo frio y suave sobre el
cuerpecito de los mismos, sin causarles daños. Estas y otras escenas tiernas se
reflejaron ese dia, todo había sido una convivencia armónica hasta que cayó la
noche, esa noche aterrante en la que todas las crías con una mirada tierna, se cobijaban
temerosos bajo el abrigo de sus madres, al escuchar el aullido de los lobos que
constantemente se escuchaban, haciendo estremecer con su eco el ambiente
tenebroso que se respiraba.
El
sonido de los arboles remeciéndose por el fuerte viento, parecía advertir algo,
todos tenían sensaciones temerosas, pero la noche siguió avanzando y todos
empezaron a dormirse; se sintió un largo silencio y una profunda serenidad;
claro, los que se encontraban despiertos eran los búhos, que un poco espantados
observaban todo y con su desarrollado olfato, percibían el olor a muerte y
dejaban escuchar sus cantos como siempre suelen hacerlo cuando alguien está a
punto de morir.
De
pronto, en la oscuridad se dejó ver la silueta de un animal, al que todos en el
bosque le temían, pues su ataque era mortal, presentaba unas armas defensivas,
que ningún otro animal poseía, pero para sorpresa de los búhos, no venia solo
sino con un grupo de los de su especie. De pronto se escucharon varios
estruendos a la vez, que hicieron huir despavoridos a muchos animales sin sus
crías, la madre naturaleza que también había observado lo sucedido, dejo caer
grandes gotas de agua sobre la copa de los arboles del bosque inundando en
minutos el lugar.
Todos
los animales huyeron a las zonas altas y abandonaron sus refugios; huían
aterrados por los sonidos que se escuchaban y porque cada sonido emitido
cobraba la vida de algún animal del bosque. Cada uno corría por salvar su vida y cuando llegaron a los
cerros se dieron cuenta que a muchas madres les faltaban sus hijos, en ese momento
se reflejaron escenas de dolor, las madres dejaban escuchar gritos
desgarradores al ver que sus pequeños hijos habían sido víctimas de un ataque
cobarde y se sentían impotentes al no
poder hacer algo contra aquellos animales culpables de esa cruel y sangrienta
escena, pero la madre naturaleza que siempre defiende lo suyo, dejo caer rayos
sobre el bosque, matando a algunos de estos animales, mientras otros morían
ahogados en los pantanos, pues sin darse cuenta en la oscuridad, habían caído
en estos; la serpiente haciendo su parte se acercaba sigilosamente y se lanzaba
sobre alguno de ellos causando heridas mortales con su poderoso veneno.
De
esta manera se cobraba la vida de las pequeñas crías que habían muerto aquella
noche, pero a pesar de esto el dolor del corazón de las madres, no disminuía,
sino que se incrementaba al dia siguiente al ver a sus pequeñas crías ser
arrastradas por las corrientes de agua, con heridas de bala. De todo ese grupo
de animales destructores, solo sobrevivió uno, que reflexionando sobre el daño
irreparable que habían causado optó por ponerse su misma arma a la altura de su
cabeza y disparar contra él, pues creyó que era la única forma de pagar las
consecuencias de sus actos.
(*) Estudiante
del Segundo Ciclo de Producción Agropecuaria del Instituto de Educación
Superior Tecnológico Público, “Centro de Formación Profesional Binacional”, Mallares, provincia
Sullana, Piura-Perú
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