Por: Melainy Estefany
Luciano Mendoza
Todos los días al
amanecer, Sheril, se asomaba a su ventana para contemplar con sus hermosos ojos
azules, la mañana soleada y alegre.
Era un día de
primavera, Sheril de tan solo 7 añitos, le gustaba levantarse temprano, para
ayudar a su hermana Sofía en algunos quehaceres de la casa.
Sheril tenía ojos
azules y grandes, su piel era blanca y delicada como la seda, sus cabellos se
parecían a los de ricitos de oro. Su voz era encantadora. iempre tenía en su
cara una chispa de alegría, que iluminaba los días de primavera, y a los
pajaritos de un árbol encantaba con sus cantos.
Una mañana se
levanto muy temprano como de costumbre, y se dirigió al cuarto de su madre,
pues recordaba que la noche anterior la había dejado llorando en su habitación,
por un dolor la aquejaba.
Fue tan dura la
sorpresa de encontrar a su hermana
llorando desconsoladamente dentro del cuarto de su madre. Su madre había
fallecido.
Desde aquella
mañana su tierna sonrisa se apago, su dulce mirada se desvaneció. La hermosa
Sheril no volvió a ser la misma niña alegre que esperaba todas las noches con
ansias de ver un nuevo día.
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