Por:
Luz Rivera Hernández
Conocí a Robert cuando tenía 11 años de edad, había
llegado de Jaén hasta Querecotillo, era huérfano de madre. Vivía con su padre,
hermana y sus dos hermanos menores. Estudiamos en el colegio secundario dos
años juntos, era una persona muy buena y amable a pesar de sus problemas en el
barrio y familiares.
Los chicos del barrio le hacían la vida imposible, tal
vez porque era el típico chico nuevo y las chicas se “morían” por él. Pero lo
cierto es que durante el tiempo que estudió conmigo no la pasó muy bien que
digamos. Su padre, aunque era una persona trabajadora, aparentemente era muy extraño.
Pasó el tiempo, pasaron los años y él había cambiado
totalmente, ya no era tan amable y se refugiaba en su soledad. Casi ya no hablábamos
mucho, pasó a formar parte de la pandilla de otro barrio, propiciando un motivo
más para molestar a la pandilla “Los Rumba”. Aunque, Robert, no sólo cambió,
sino que también lo hizo su padre, quien se convirtió en alcohólico y micro comercializador
de droga.
Finalmente, Robert tomó la decisión de marcharse del
pueblo, pero antes de partir nos dijo que iba a cambiar de vida. Se fue, pero
prometió estar en permanente contacto con nosotros. Han transcurrido dos años y
no sabemos nada de él. Lo extrañamos. De su padre se sabe que cometió un delito
y purga condena.
No hay comentarios:
Publicar un comentario