Por: Pablo
David Mendoza Macalupú
En
el distrito de Tamarindo, Provincia de Paita, Región Piura, Perú, se rinde culto al santo más pequeño de la región y del Perú y sin
temor a equivocarme tal vez del mundo:
El
santo papita, San Pedro, cuya estatura
no pasa de los 8 centímetros. Según la historia, en el caserío de Vista Florida,
un agricultor llamado Juan Cortez Prieto tenía una casita de carrizo con barro
y techo de totora. Este campesino trabajaba en una hacienda situada en la
jurisdicción del Distrito de Amotape y para dirigirse a sus faenas acortaba
camino cruzando los cerros.
Cuenta
que diariamente después de la jornada de trabajo reposaba casi a la mitad de
camino, agotado extendía su alforja debajo de una gran piedra y ahí tendía su
cuerpo cansado, esta rutina la cumplía todos los días.
Un
buen día después del merecido descanso estaba recogiendo sus cosas cuando se
percata que al costado de estas se encontraba una estatuilla con la imagen de
un santo que en un principio y luego de
mirarlo pensó que era un san Antonio. Absorto en sus pensamientos, optó por
acomodarlo en un lado de su alforja y dirigirse a su casa para mostrarlo a sus
familiares.
A
la hora de cenar se acuerda del hallazgo de la tarde y va en busca de la
diminuta estatua de lo que él consideraba un santo para mostrársela a su madre
quien luego de verlo sugirió que lo introduzca en una olla de barro y colocarlo
debajo de una tarima de barro, que era su cama para protegerlo de la intemperie.
Transcurre
el tiempo y a principios del siglo XX se produce un periodo lluvioso y la
familia de Juan Cortez fue la más afectada, lo perdió todo debido a la fuerzas
de las aguas que formaron torrentosas quebradas. La familia Cortez desesperada
por este desastre decide rescatar
algunas de sus pertenencias, siguiendo
el cauce de la quebrada buscan entre el barro los palos y las piedras y la
corriente de las aguas, algo que les sea útil.
Pasado
el temporal Juan se acuerda del santo que había depositado en la olla de barro
que en un extraño pensamiento hace que cada día después de retornar del trabajo
en vez de descansar se dedicaba a buscar la olla con la estatuilla del santo
que había guardado
Un
buen día en que ya anochecía caminaba ensimismado en esta tarea, cuando se
percata de una extraña luz intermitente
a lo lejos de un recodo de la quebrada que parecía hacerle señales. Con
gran curiosidad se acercó temeroso para saber de que se trataba, dándose con la
sorpresa que se trataba de una botella
de vidrio con tapa y dentro de ella la imagen que había guardado en la olla de
barro.
Muy
emocionado lo recogió y se dirigió a su hogar comprobando en el trayecto que la
estatuilla del santo se había mantenido seca durante las fuertes lluvias. Este
creciente rumor sobre la extraña aparición del santito y la forma y
circunstancia de cómo había sido encontrada
corrió como reguero de pólvora entre los moradores de todo el caserío
considerándolo como algo sobre natural.
Dada
las circunstancias del hallazgo la población empezó a creer que se trataba de
una efigie milagrosa, desde entonces empezaron
a rendirle culto en la zona y vecinos de las
dispersas ramaditas, en aquel entonces de Vista Florida.
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