Escribe:
Yadira Soto Medina (*)
Estoy aquí acostada en el suelo mirando hacia el cielo y
recuerdo aquello que quedará guardado en
mi mente para siempre.
Al igual que hoy estaba descansando en el jardín
contemplando las nubes grises en el firmamento, parecían grandes monstruos
oscuros asechándonos desde arriba.
Cuando de pronto sentí el golpe de una gruesa gota que
golpeo mi rostro; reaccioné cuando escuche la voz de mi madre que desde la
cocina gritó: - empezó a llover todos a dentro.
De inmediato me levanté de la hamaca tomé a mi hermana que
feliz daba vueltas mojándose con la lluvia; entramos a casa a esperar la cena
acompañados del fuerte sonido de la lluvia golpeando la viejas calaminas.
Llegaron las lluvias. Dijo mi padre sonriendo – ya es época.
mientras mi madre renegaba preocupada por sus patos que se iban a mojar.
_ El corral no tiene techo y las paredes son de adobe.
Añadió
_ No creo que llueva mucho le respondí.
Terminamos de cenar y todos a dormir.
Al día siguiente se podía contemplar todo mi barrio mojado y
la gente enlodándose los pies; todo era muy normal en el transcurso del día
aunque estaba sombrío y el cielo se miraba oscuro con esa grandes nubes que querían descargar.
Llegó la noche y empezó a llover, esa rutina se repitió por
varios días; dejamos de sonreír cuando llovía, pues mi casa era de adobe y se
deshacía, los cultivos se inundaban y hasta transitar las calles era fastidioso
por los charcos que dejaba la lluvia.
_ Grecia apaga el celular esos aparatos son peligrosos con
estos truenos que hay. Me decía mi mamá.
-
Ese día empezó a llover desde las 2:00 de
la tarde, parecía un gran diluvio, una lluvia tan intensa que hizo
quebradas, empezaba a anochecer y los truenos cada vez eran más fuertes, mis
hermanos lloraban, se podía ver el pánico de mis vecinos desesperados corriendo
con palas para hacer muros y desviar el agua.
Eran las ocho de la noche y nos acostamos a dormir; yo
seguía con el celular en la mano y me quede despierta hasta muy tarde, cuando
por fin logré conciliar el sueño se oyó
un ruido muy fuerte, sentí miedo levantarme, pero cuando noté que mis padres
estaban despiertos en la sala, salí de mi cuarto entonces nos dimos cuenta que
una pared de mi casa había caído al corral de mi vecino, que
también estaba despierto cuando fuimos a ver, lo note muy desesperado.
_ ¡Mis animales! – dijo.
Sus animales quedaron sepultados debajo de la pared. Otro
sonido se escuchó, otra pared se desplomó en nuestra presencia; pude ver en mi
madre una tristeza gigante que invadía su rostro.
_ Dijo mi padre:¿ ya que vamos a hacer? Aun sigue lloviendo,
vamos a descansar.
Amaneció y dejó de llover casi a las siete de la mañana,
todo era un caos y tras levantar algunos escombros pudimos rescatar a cuatro
patos vivos y siete muertos que se habían asfixiado.
Salimos de casa y vimos un ambiente deprimente mi pueblo San
Antonio, estaba inundado me di cuenta que lo que le pasó a mi casa era nada
comparado con lo que le paso a otras familias. “maldita lluvia” decían entre
llantos.
Me recosté un poco y me puse a pensar cómo la situación se
había puesto tan complicada, cuanta
gente se quedó desamparada y como la fuerza de la naturaleza tomó de sorpresa a
una población entera.
Mi madre me decía: Grecia reza a ver si Dios todo esto cesa.
No era solamente mi pueblo San Antonio, era toda la costa
del país la que estaba resistiendo lluvias y huaycos.
Los días pasaban cuando sucedió lo que más temíamos. El rio
de desbordó, el agua derribó las defensas y comenzó a salirse de su cauce, eso
fue lo peor que nos pasó.
Y mientras ayudaba a mi familia a recoger algunas cosas me
puse otra vez a pensar en la gente que se ha quedado en la nada, en las
familias que han quedado desamparadas, los
caminos y la carretera que desaparecieron.
La gente se desespera y es normal ver como el miedo se
apodera de ellos, las calles reflejan una triste escena, nosotros con hambre
sin un pan para la cena, pues la comida
se ha vuelto un juego de lotería, los niños juegan a sobrevivir en esta vía
donde las lluvias se han llevado lo poco que teníamos.
Era incomparable la melancolía al ver a mi gente pedir un
plato de comida. Había mucha gente que llegó hasta el lugar del desastre, no por
pena si no por ayudarnos con un granito de arena.
Gracias a Dios, ahora eso es un recuerdo que me ha hecho más
fuerte y a la gente de mi pueblo también, pues tuvimos que irnos a vivir en la
parte alta de la loma y aunque no
tenemos comodidades aquí nos sentimos seguros aferrándonos a Dios para que nos
dé una bendición.
Estamos poniéndonos de pie ante la adversidad tomando cada día
como una nueva oportunidad para salir adelante.
Empezar de cero es un nuevo reto, resistiendo con honor,
aunque seguimos recordando ese dolor inconsolable al ver barrios enteros que
han quedado inhabitables; aun duele ver agonizando a pueblos que no se lo
merecían; pero no se pierde la esperanza, somos un pueblo que sigue aguantando
y no se cansa tenemos confianza en que todo va a mejorar porque hoy más que
nunca mantenemos la esperanza.
Ahora estoy aquí
mirando al cielo una vez más;
ahora está despejado pero si vuelve a pasar ya estamos preparados; aquí se
encuentra mi pueblo poniéndose de pie.
(*) Estudiante del Segundo Ciclo de la Carrera Técnica de
Producción Agropecuaria del Instituto de Educación Superior Tecnológico Público
“Centro de Formación Profesional Binacional”, ubicado en el distrito de
Marcavelica, provincia de Sullana, Región Piura, Perú.
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