Escribe: Segundo Jaime Palacios Ojeda (*)
Juan era un campesino
muy humilde de la parcela de nombre Santa Rosa, y trabajaba de sol a sol.
Cuando le tocaba riego de noche cogía su palana e iba en busca de su destino.
Un día unos
agricultores le contaron que, en tiempos de hacendados, tenían terror de aquel
lugar, pues en dicha parcela ocurría algo extraño a horas altas de la noche.
Según ellos, gente adinerada se había enterrado con sus joyas de oro y plata,
pues en esos tiempos no existían cementerios para que estas personas se puedan
enterrar.
En dicha parcela
existe un entierro que en temporadas de la noche oscura aparecían cosas muy
extrañas y la gente no se explicaba por lo sucedido.
Según un campesino
llamado Baltazar Palacios, en dicha
parcela está enterrado un hacendado de nombre desconocido, que había sido el
propietario de aquellas tierras.
Juan y Baltazar eran
buenos amigos y compañeros de trabajo. Siempre se reunían a conversar y contar
algunas anécdotas. Un día Baltazar le cuenta a Juan lo que había ocurrido con él
hace mucho tiempo, pues había visto algo muy sorprendente y aun podía ver
aquella luz media amarillenta y la sombra negra que lo acompañaba y no lo
dejaba moverse ni gritar. Juan quedo muy aterrorizado.
Al día siguiente Juan
le conto a Baltazar que ya no quería ir a trabajar a la parcela por las noches.
Pero había un problema en todo aquello y es que, si Juan dejaba su trabajo, ya
no iba a tener ingresos para mantener a su esposa y a sus cuatro hijos.
Los tres hijos
menores de Juan estaban estudiando en el colegio, pero su hijo mayor estaba
estudiando en el instituto san Martín del distrito de Tambogrande, de la
provincia de Piura. Juan estaba muy preocupado y le cuenta lo sucedido a su
esposa y ella le dice que su trabajo es lo que los mantiene y cómo van a
sobrevivir sin trabajo.
Además, tenían que
pagar los estudios de sus hijos y eso le preocupaba y lo desconcertaba bastante
por lo que decide contarle la historia a su patrón. Finalmente, ambos entran en
discusión y luego acuerdan que si sucedía algo, el patrón iba a ser el
responsable de todo lo que pudiese suceder.
Al día siguiente el
patrón llama a Juan a las siete de la mañana porque le tocaba regar el cultivo,
él se sintió atemorizado, pero sin pensar cogió su palana, linterna y su
machete y se fue a trabajar a la parcela.
Al iniciar su labor
elevó una oración a Dios y con llenándose de valentía, empezó su labor de
riego.
Pasaron horas y horas
de riego y Juan no paraba de mirar su reloj, pues cada hora le parecía muy
larga, sus ojos estaban tan activos que parecían los ojos de un búho y no
dejaba de mirar el reloj, eran las cuatro de la mañana y estaba un poco
asustado porque a esa hora la consideraban como la hora mala.
Más tarde como de
costumbre canto el gallo y juan se sintió muy alegre pues ya había amanecido y
su patrón lo estaba esperando en la puerta de la parcela con su camioneta para
llevarlo a su casa.
Finalmente, Juan
conto su experiencia al patrón y manifestó su alegría y fue ahí donde su patrón
le explicó que eso del entierro era solo un mito y nada más y todo lo que le
contó Baltazar, había sido una pesadilla. Entonces Juan se puso muy contento y
trabajó durante muchos años y no le paso nada, sus hijos se convirtieron en
grandes profesionales gracias a sus recursos obtenidos de su trabajo y todos
vivieron felices por siempre.
(*) Estudiante del
Segundo Ciclo de la Carrera Técnica de Producción Agropecuaria del Instituto de
Educación Superior Tecnológico Público “Centro de Formación Profesional
Binacional”, ubicado en el distrito de Marcavelica, provincia de Sullana, Región
Piura, Perú
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