martes, 12 de febrero de 2013

SIETE DIAS EN UN PARAISO



Por: Aponte Fernández Kevin

Allí estaba yo, inmóvil y excluido de la realidad en un espacio interminable, colmado de oscuridad y silencio. Lo excéntrico era que, no lo podía observar, tan solo percibir. Cada segundo que transcurría se convertía en historia. Mientras empezaba a sentir claramente los latidos de mi corazón, el espacio cambio en menos de un segundo, tornándose a rojizo amarillento por un leve resplandor que se perdió entre mí y que a causa de él, finalmente abrí los ojos y me encontré con  una maravilla única, pero hermosa solo hasta el momento.

Decidí ponerme de pie y mientras lo hacía, observaba la inmensidad de colores que distinguía a cada cosa; al estar casi en equilibrio, quede asombrado y con deseos de conocer cada lugar que me rodeaba.

Aquella hermosa naturaleza parecía no tener fin, los inmensos árboles chocaban unos contra otros, escuchándose el crujido de sus ramas; era como si había una lucha entre ellos y que la única arma era el viento; eran tan gigantes y llenos de vegetación que apenas daban espacio para unos cuantos rayos de sol. Había gran diversidad de plantas y animales de todos los tamaños y colores, cada uno de ellos tenía algo sorprendente. Se percibía un oxigeno puro que envolvía todo el lugar, desde la mas mínima hierba hasta la gran altura de los árboles; además de escucharse el bello trinar de los miles de pájaros ocultos entre la cima de éstos.

Tiempo después camine lentamente, descubriendo el comienzo de un nuevo lugar, no tan distinto al anterior, pues no me había alejado mucho, pero si seguía sorprendiéndome cada vez más. Las grandes praderas se perdían entre los arboles llegando hasta un par de muros cubiertos de mucha vegetación, en los que pude ver algunas rocas blanquecinas, separadas por la majestuosa transparencia del agua que se desbordaba lentamente, mezclándose en la profundidad del río para dirigirse hasta las faldas de las lejanas montañas.



Seguí mi rumbo con el objetivo de conocer este magnífico paraje y al estar muy próximo a él, sentí un resplandor de paz y felicidad atravesando mi alma, al encontrarme con el ser más bello que Dios ha creado. Fue un instante lleno de espejismos, en el que me invadió por completo la alegría y el deseo de conocerla; al caminar serenamente hacia ella, quien estaba recostaba a una gran roca junto al río, le hablé en voz baja para contemplar su rostro, pero los sentimientos que antes habían inundado mi ser, fueron remplazados por una gran tristeza y sensibilidad, la cuales, me ordenaron rápidamente tocar su mano, al darse esto me perdí en un laberinto  de fantasía, pero me liberé al sentir su delicada mano sobre la mía, seguidamente me miró profundamente a los ojos como si nunca en su vida había visto a un ser humano.



Tenía una mirada melancólica y debajo de sus ojos negros contemplé la transparencia de una lágrima que se derramaba por su mejilla hasta rozar con sus labios. Sin decir palabra alguna, me tomó de la mano dando a conocer que tenía una gran esperanza, la cual, posiblemente solo ella lo sabía. Me deje llevar como un niño que muestra inocencia ante el cariño maternal; cada vez sus pasos eran más lentos, dándome la facilidad de mirarla pacíficamente. Llevaba una bella flor, con tiernas hojas y pétalos celestes, el pedúnculo se escondía entre su negro y brillante cabello, el cual, se distinguía a la claridad de su piel. Ya no tenía palabras para describir su belleza, pero sí motivos para no dejar de mirarla, pues haciendo esto me sentía libremente feliz.

Al parecer, habíamos llegado al lugar anhelado por la frágil muchacha. Había mucha claridad, pudiendo observar  varias aves volando en lo alto del extenso y nublado cielo. Estábamos en una pequeña altura y frente a nosotros algo muy lamentable. Por primera vez, tuve la ventura de escuchar su voz diciéndome que su vida dependía de la existencia y cuidado de aquel lugar; era muy triste ver
como se iba deteriorando todo aquello que antes había sido tan hermoso, pues era parte del paraíso.
 

Muchas plantas perdían su color verde y otras ya casi ni tenían hojas; las viejas ramas de los árboles carecían de vegetación y el suelo estaba cubierto de hojarasca y flores secas, además, de ausencia de pájaros y otros animales; pues en fin, todo aquel sitio se volvía yermo mientras el ambiente adquiría un color grisáceo.

Volví a mirarla, pero esta vez con mucha pena y afán de ayudarla. Luego de unos minutos encontré el motivo de este problema así como la solución para este. Pues lo único que necesitaba aquel lugar era la refrescante y cristalina agua del río.


Fueron tres días de mucho esfuerzo en los que trabajamos unidos, sin perder la esperanza de lograr lo que tanto deseábamos. Mucho tiempo antes de que aquella pena invadiera ese lugar, este había sido al parecer el más hermoso del paraíso. Pues fue así, que una inmensa roca se desbordó bruscamente, dificultando que el agua llegue hasta allí.


Entre risas e historias vencimos aquel obstáculo, logrando apartar cada cosa que impedía la circulación del agua; como ramas, troncos y hasta grandes piedras. Pues fue en esos días en los que logré comprender que verdaderamente “la unión hace la fuerza”.

Había llegado el cuarto día. Subimos a la cima de un gran árbol para observar tranquilamente el extenso y deshabitado bosque, mientras recibía nuevamente su alma: El agua.

Pasaban las horas y disfrutábamos el tiempo alegremente, descubriendo muchas cosas. Nos alimentábamos de frutas y peces del río. Caminábamos y algunas veces corríamos. Subíamos a los árboles para para mirar el sol cuando se ocultaba y en la noche era maravilloso mirar fijamente la luna junto a millones de estrellas. Era difícil recordar cada flor, ave y animal terrestre que ella me enseñaba, mencionando un nombre a cada uno de ellos. Habían momentos en los que emitía una  hermosa voz y con aquel canto se acercaban a ella muchos pájaros pequeños con plumaje rojo y celeste, los cuales se alejaban después de hacer lo mismo que mi acompañante. Y fue así que conocimos gran parte del paraíso. El sexto día se terminaba y los dos habíamos decidido regresar en la mañana siguiente.
 
 

Había llegado el séptimo día y el sol empezaba a ser visto, mientras se respiraba un aire sereno. Juntos caminamos con gran aspiración de conocer lo que había sucedido. Al llegar finalmente allí, ambos quedamos maravillados al ver tan radiante belleza, sintiendo entre nosotros una paz llena de felicidad interminable. Pues aquel lugar opaco e infecundo, se había convertido en un espléndido y encantador paisaje.

Mientras ella miraba a su alrededor, recibí en mi mano una lagrima suya, pero esta vez por una gran alegría que expresaba. Luego de un momento me abrazó enérgicamente, agradeciéndome por todo lo que había pasado. Algo muy bello fue percibir la tierna sonrisa en su semblante lleno de amor y cariño, la cual, anunciaba la serenidad de un beso que finalmente se cumplió y que en un instante hizo que me perdiera en un espacio ausente de luz, para luego abrir los ojos rápidamente y darme cuenta que estaba acostado en la amplia pradera junto a mi cabaña, mirando la amplitud del firmamento en el que la luna era rodeada por innumerables puntos brillantes. Fue allí, que empecé a moverme, mientras me liberaba nuevamente en la realidad, comprendiendo que tristemente solo había sido un hermoso sueño.

     

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