La ama de llaves asintió y se marchó. Mientras tanto, abajo en la
sala de estar el resto de la familia estaba reunida cenando alrededor del
suntuoso comedor de cristal tendido sobre él, un blanquecino mantel. Ernestina
bajó pausadamente los escalones.
_Ernestina, ¿Elisa está en su recámara? – interrogó doña Úrsula
con zozobra, mientras sostenía con la diestra la débil copa de vino.
_ La señorita Elisa esta indispuesta, señaló, Úrsula. No quiere
ver a nadie.
_ Gracias Ernestina, puedes retirarte – atinó a decir.
La sirvienta volvió a la cocina.
_Me preocupa tu hermana – prosiguió dirigiéndose a Helena. La miró
un instante - deseo que esté indispuesta, pero yo intuyo que hay algo más. Está
completamente cambiada. Anoche la sentí demasiado insensible y fría, algo que
no es normal en ella.
_ Elisa siempre ha sido muy reservada con sus cosas personales, “abue”
– dijo Helena después de haber bebido un poco de vino tinto – ella es incapaz
de transmitir sus emociones a las personas que la rodean y nunca nos ha
permitido de sentir sus pesares.
_ Es eso precisamente lo que me preocupa. No sé si es tal vez un
falso presagio, pero tengo una corazonada que algo malo le sucede. La otra vez
la descubrí sola sollozando amargamente en su recámara, al día siguiente le
pregunté la razón de su congoja. No me quiso abrir su corazón.
_Si, últimamente ha estado muy extraña, rancia, melancólica, apesadumbrada,
fuera de sus cabales y lo peor es que la amargura la avasalla.
_Tal vez haya tenido una decepción amorosa – opinó Marcelo
desatinadamente.
_Ella nunca ha tenido novio – interrumpió – para ser franca hasta
el momento no le conozco a ningún galán, ¿sabes? Y eso es algo muy extraño.
_Tengo que hablar con ella – dijo Marcelo
_ Ahora no. Hay que darle su espacio, tal vez necesita estar sola.
Además, la conozco y a Elisa no le gusta la indiscreción.
Elisa permanecía en su aposento, tendida sobre el diván
contemplando el magnífico retrato colgado en la blanquecina pared que se
imponía ante sus ojos. Un tenue sentimiento de tristeza baño su rostro.
Después un tiempo, ella apareció en la puerta de la Mansión del Olmo.
La ama de llaves acudió a abrir la puerta.
_ Hola, ¿Se encuentra tu patrón? - alcanzó a decir, cuando de
pronto divisó a Juan Marcos descendiendo la escalera.
_ Elisa, vaya sorpresa – exclamó el apuesto joven, esbozando esa
sonrisa afable que derrite a cualquiera- no me esperaba tu visita.
_ Qué bueno que te encuentro Juan Marco – repuso alargándole la
mano que estrechó el caballero - ¿Estabas de salida?
_ Si, justamente me dirigía al trabajo.
_ ¿Me permites unos segundos de tu tiempo?, necesito que me saques
de una duda.
Asintió con un movimiento de cabeza.
_ Por favor, pasemos a mi despacho.
Pasaron unos minutos.
_ Por favor, toma asiento – dijo amablemente.
_ Gracias – respondió apenas – tu siempre tan caballeroso.
El la miraba con una sonrisa. Miró de reojo su reloj.
_ Empecemos, no dispongo de mucho tiempo.
_ Tengo entendido que mantienes una estrecha amistad con el
licenciado Montesinos.
_ Somos amigos de años, pero últimamente estamos distanciados.
_ Necesito de tu ayuda. El licenciado Montesinos tiene a cargo el
testamento de mi abuela. De alguna u otra manera necesito tener en mis manos
una copia de dicho testamento. Quiero asegurarme que la bastarda de mi hermana
no reciba ni un mísero centavo de la fortuna Campos-Miranda que legítimamente
me corresponde a mí.
_ Déjame ver como consigo esa copia, créeme que no va a ser nada
fácil. Pero tengo contactos que tal vez me pueden servir de gran ayuda. En
cuanto tenga noticias te telefoneo – se puso de pie tendiéndole la mano para
despedirse. Elisa estrechó su mano. Juan Marco la acompañó a la puerta y se
despidió de ella con un beso en la mejilla.
Pasaron varios días y el invierno se esfumó cual tenues nubes de
humo. El astro rey sonreía triunfante a las puertas de la alborada. Los
espléndidos jardines de la ciudad se vistieron de coloridos tulipanes,
violetas, aromáticas rosas. El césped cobró vida. Los pájaros gorgojeaban bajo
el ramal de las buganvilias anunciando la dulce llegada de la primavera.
El sol de la felicidad iluminaba con la pureza de sus rayos la
casa de Helena, pero no duraría por mucho tiempo. Elisa estaba dispuesta a
cometer una locura con tal de destruir su felicidad.
Marcelo se encontraba en la habitación. Se puso un gabán de pieles
para marcharse al trabajo. Mientras que Helena cepillaba y tejía el copioso y
dorado cabello de Valentina.
_ Papi ya estoy lista, ¿nos vamos?
_ Mi cielo tengo que irme, nos vemos en la noche para la cena – le
dijo despidiéndose con un beso de ámbar en los labios.
_ Aguarda un momento, cariño, déjame abrochar tu gabán. Arréglate
un poco el cabello esta desalineado – cepilló su pelo – ahora ya luces bien.
_ Adiós mami – se despidió de su mamá con un tierno abrazo.
_ Adiós mi princesa, pórtate bien. Cuídate mucho. Que les vaya
bien.
Al cabo de un rato, los oblicuos y rubicundos rayos del sol
comenzaron a calentar con ímpetu. Helena se sentía exhausta. Se dispuso a tomar
una ligera siesta. Reposaba en una plácida mecedera en la diáfana bahía al
fresco de la brisa que soplaba del mar, reclinaba la cabeza en el asiento, con
una actitud mustia. La playa estaba rodeada de frondosos árboles llamados
paraísos y enormes palmeras. La exuberante vegetación crecía a sus pies.
Por ende, Elisa cabalgaba tras las umbrías sombras de la zozobra,
por las doradas laderas de la majestuosa hacienda “el paraíso”. Tras el imperio
del caviloso silencio la perseguían sus fantasmas. En su rostro se podía ver
dibujado el terror.
Volviendo a la escena anterior, Helena sintió una mano que se
posaba sobre su hombro y miró a su alrededor sobresaltada. Era Marcelo, sus
oblicuos ojos eran profundos como el azul del mar, sombreados por hermosas
pestañas.
_ Me asustaste. Por un momento pensé que se trataba de un
extraño–musitó.
_ te veo taciturna, pensativa – articuló -Desde hace algunos días
el sol de tu sonrisa se apagó repentinamente. ¿Te sucede algo?
_ Marcelo ya no puedo más – confesó en un sollozo lanzándose a sus
brazos.
El la abrazó largamente tratando de disipar sus ímpetus, respiró y
entonces preguntó en voz baja:
_ ¿Por qué se siente mal tu corazón?
_ últimamente me han sucedido cosas muy extrañas. Tengo visiones
de una mujer congelada en una cápsula, puedo vivir en carne propia su dolor, su
congoja. Todas las noches veo su rostro, es similar al del retrato que está
colgado en la pared de mi cuarto y a veces es como si mi alma estuviera
ausente, todo a raíz del exótico amuleto que encontré en un viejo baúl en el
sótano.
_ ¿Qué amuleto?
-
III -
Retrocedamos varios días en el tiempo………
Una
álgida mañana. Se condensaba una ligera llovizna en el recinto. Después del
desayuno Helena se introdujo en el sótano secreto de la casa-hacienda. Estaba
buscando unos documentos vencidos. Abrió un deslucido baúl, hurgando entre sus
cosas alcanzó a divisar un amuleto de plata de exótico diseño, exquisitamente
precioso, tenía tallada una cruz dorada de un recorte fino, con una inscripción
que decía: “el amor eterno va más allá de la muerte”. Estaba cubierto de una
sutil capa de polvo. Lo limpió suavemente y luego se lo colgó en el cuello.
Lucía hermoso, cuando abandonó aquel lúgubre lugar y la claridad la asaltó. Brillaba
como joya engastada.
Llegó a
su habitación. Se miró en el espejo alegremente. Por un instante se quedó
inmóvil, su alma se ausento de su cuerpo, al contemplar en el cristal no su
propia imagen, sino el reflejo del rostro de una joven ignota de extraordinaria
belleza colmada de asombro en su mirada.
Posteriormente,
el alma le volvió al cuerpo. Respiró largamente. Inmediatamente depositó el
divino talismán cerca al retrato. Sombras de dudas la invadieron. No lograba
explicarse aquel acontecimiento insólito que encarno por un momento.
Las
noches siguientes soñaba con el rostro de aquella mujer pintada en el retrato,
las visiones se tornaron continuas. Un día mientras desayunaba tuvo una visión
espeluznante. Su piel se erizó y quedose petrificada al sentir en carne propia
el inclemente frio que azotaba el cuerpo congelado de aquella joven mustia, de
apariencia hermosa, ojos claros como un amanecer, su anochecido pelo.
El
horror parecía poner su mano sobre su corazón. Su boca se crispaba y su lengua
era incapaz de articular una sola palabra. La visión se esfumó y volvió a la
normalidad.
_ ¿Mamá
estas bien? ¿Qué te pasa? – interrogó su hija.
_ Sentí
un escalofrió que me recorría todo el cuerpo – reaccionó – me disculparán, pero
tengo que irme a mi recamara por un gabán, hace mucho frio aquí.
_ ¿Qué
le sucede a Helena abuela? Esta muy rara, como ida- replicó Elisa no pudiendo
salir de su asombro.
_ no
sé, pero esto me da muy mala espina.
Helena estando en su aposento se puso un gabán y se introdujo en
las sabanas de su lecho.
Volvamos al presente.
_ ¿Ahora comprendes el porqué de mi zozobra y desazón?, es
realmente absurdo, inverosímil – dijo mirándole con seriedad, la voz era fría y
cruel.
_ no tiene lógica, pero tiene que haber alguna explicación.
_ en un principio no quise tomarle la debida importancia, pero
lejos de parecer inverosímil cada día es más real.
_ no te preocupes mi amor, juntos hallaremos una solución, vas a
ver que todo estará bien. Confía en mí. Ahora tranquilízate. – repuso
tranquilamente.
Al día siguiente. Valentina y diego el hijo del capataz de la
hacienda “el paraíso” corrían inocentemente por los esplendidos viñedos de la
finca. Era la época de la vendimia, varios jornaleros cogían apetitosos racimos
de uva y los ponían sobre una cesta. El aroma era único y exquisito.
_ ¿A que no me alcanzas? – dijo valentina dirigiéndose a Diego y
luego echando a correr.
Diego fue tras ella. Se detuvieron frente a la puerta de la
solemne casa- hacienda. Tocaron a la puerta. Ernestina abrió. Los niños entraron
corriendo en el gran vestíbulo de la mansión. La sala estaba vacía. Después de
unos minutos subieron muy a prisa los peldaños de la escalera y se encontraron
al final del pasillo con Helena.
_ Niños tengan cuidado – repuso ella.
_ Mami, ¿has visto a mi papá? – preguntó mientras jadeó
profundamente para recuperar el aliento.
_ Debe estar en su despacho – murmuró.
Se giraron inmediatamente y volvieron desandando sus pasos,
corrieron despacio nuevamente por el pasillo se dirigieron al despacho ubicado
en la parte inferior de la casa. Helena los miró con una sonrisa por un
instante, repentinamente cambió de semblante.
Entretanto Elisa estaba inmersa en sus pensamientos. Sentada al
piano, sostenía en sus manos una fotografía de Marcelo.
_ Mi única verdad es que te amo – dijo en voz alta- cuando me
miras con esa mirada mágica que me enamora y me cautiva a la vez. Porque he de
ocultarle al mundo que te amo.
Doña Úrsula caminó despacio hasta el final del pasillo. Con cada
paso se acercaba más y más a la habitación de Elisa. Se detuvo frente a la
puerta de su recamara. Escuchó sus palabras a través de la nube de confusión en
la que se hallaba inmersa.
_ Mi
mayor pecado eres tú. No he sido feliz – prosiguió – y eso es algo
imperdonable. Mi hermana me robó todas las posibilidades que tenia de ser
feliz. Ella siempre fue egoísta. Desde cuando a ella le ha importado la
felicidad de otros. Yo destruiré esa felicidad, no descansaré hasta lograrlo.
_ Ya
basta de decir puras barbaridades insensata– interrumpió su abuela, mientras
empujó con su hombro la puerta entreabierta – tu atrevimiento es inaudito -
Había algo de enfado en su voz.
Elisa
se quedó inmóvil.
_ La
vida te ha transformado en un monstruo – continuó – siempre has envidiado a tu
hermana por su belleza, su inteligencia y sobre todo su felicidad. Me duele
reconocerlo, pero es así.
_ A
ella todos la adoran, en cambio a mí que me parta un rayo. Yo siempre he sido
aire en esta casa. Siempre he vivido a su sombra. Acaso, ¿yo no importo? Estoy
sola, no soy feliz. Acaso, ¿no te parece que he pagado lo suficiente?
La doña
levantó la diestra y procuró darle una bofetada, pero se detuvo.
_ No te
atrevas a tocarme. Yo no tengo la culpa de haberme enamorado de él. Por favor
abuela te lo imploro no me juzgues. No fue mi intención amarlo.
_ Estás
seca por dentro, tienes el alma muerta. No puedo permitir que sigas un minuto
más en esta casa. A veces se me olvida que eres mi nieta.
_ Nadie
elige de quien enamorarse. Cuando Cupido te flecha lo hace al azar y no pide tu
consentimiento.
_ No me
subestimes Elisa. Tú no sabes de lo que soy capaz. Soy capaz de contarle las
secretas e insensatas intensiones que tienes para con su marido a Helena en
este momento.
_ Por
favor, perdóname abuela. Perdóname…yo no me voy a exponer a que helena se entere
de todo esto – dijo apuntándole con un arma a su abuela – yo no cometo errores.
_ Vamos
a hablar.
_ Yo no
vine a hablar. Helena no se tiene que enterar de esto. Debes aprender que
cuando se sabe algo se calla. La próxima vez que te apunte con un arma no vas a
correr la misma suerte – bajó el arma y la guardó.
El
miedo y el terror avasallaron a doña Úrsula. Abandonó su alcoba, sobresaltada.
Elisa se puso a llorar amargamente.
_ Perdóname
abuela – exclamó mientras su alma se desgarraba de dolor. Se dejó caer en los
lujosos almohadones del diván. No podía soportar el peso de su conciencia. El
remordimiento era inclemente.
Más
tarde Marcelo salió a montar a caballo junto con su hija valentina. Helena alzó
el brazo y agitó su mano, se despedía de ellos mientras los miraba alejarse.
Tal vez este sería su último adiós. El destino les tenía preparada una mala
jugada.
Unos
minutos antes Elisa había terminado de hacer su equipaje. Estaba resuelta a
irse de la casa. Las paredes cansadas de su cuerpo padecían de soledad.
Contemplaba por última vez las paredes de su aposento y no le pesaba. Había
tantos recuerdos que la asaltaban.
Ella
encaminó sus pasos hacia la contigua habitación de su hermana para despedirse.
Estaba vacía. Divisó el portarretrato de Marcelo y se posó en su alma una aguda
sensación de dolor. El color de esa pasión prohibida dio su matiz final.
Helena
volvió a la casa y subió a su alcoba.
Por lo
tanto, el insensato corazón de Elisa estaba confundido. Tomó el portarretrato y
lo contempló largamente y después de un suspiro supo que eso era amor. Vino a
su memoria el recuerdo de aquel remoto y mágico momento que atesoró para
siempre, cuando Elisa besó lacónicamente a Marcelo. Pegó los ojos y al abrirlos
se miraron por un breve segundo. Se separaron.
_ Marcelo
yo te amo – dijo
_Eso no
es cierto – replicó Marcelo – estas confundiendo las cosas.
_Yo sé
que tú también me amas. Acabas de corresponder a mi beso.
_Tus
palabras son descabelladas. Yo jamás te miraría con otros ojos. Amo a tu
hermana y eso nunca va a cambiar. Aquí no pasó nada.
Se iba
yendo cuando Elisa lo detuvo del brazo.
_ Aunque
no lo quieras aceptar. Este beso lo cambia todo, así pasen cien años nadie
podrá borrarlo de mi memoria.
Se
esfumó ese recuerdo que proyectaba su memoria. Se dejó caer en el diván. Una
ola de tristeza bañaba su rostro.
_ le he
dado tiempo al tiempo y no he conseguido olvidarte. Me llevo la fragancia de
tus besos. Nunca te olvidare. Tu sonrisa duerme en mi pupila como una nota en
el recuerdo – besó el cristal del portarretrato y Helena la sorprendió
confesándose – Helena es la culpable de mi desdicha, es por su culpa que tú no
eres mío.
_ ¿Qué
cosas dices Elisa? Me niego a creer que mi hermana diga esas cosas de mi.
_
Helena – dijo en tono de sorpresa – discúlpame, no sentí tu presencia. No es lo
que tú piensas.
_ Pues
no me dejas otra opción. Tus palabras dejan mucho que pensar.
_ Te
juro ante dios que estoy diciendo la verdad – gritó alzando las manos al cielo.
_ ¡Mientes!
- exclamó –a mí no me vas a tomar el pelo de tonta. Ya déjate de cinismos y
dime las cosas como son en la cara, frente a frente. Es mucho mejor caer en la
realidad que volar en una mentira.
_ Siempre
he tenido que aprender a callar en esta casa. Acallar mis sentimientos, Cada
lágrima, cada gemido, cada suspiro. Ya no me lo cayo. ¡sí! Yo amo a Marcelo. Es
por tu culpa que él no es mío. Lo he amado desde que tenía memoria. Marcelo fue
mío primero.
Movida
por la cólera Helena le dio una bofetada a su hermana.
_ ¡Cállate!
No sabes lo que dices. Te desconozco realmente. No sé quién eres.
Helena
abandonó la habitación y caminó por el pasillo. Elisa la siguió. Los celos y el
odio feroz y homicida se anidaron en su corazón, eran peor que cien años de
hambre.
_ No
tienes idea de cuánto te odio.
_ ¿Qué
clase de monstruo eres? Tienes el corazón oscuro, retorcido.
_ ¿Qué
culpa tengo yo de haberme enamorado de él?. Él siempre me sedujo con su
fragancia, con sus abrazos, con su sonrisa irresistible.
_ Eso
no es cierto. Estás loca, enferma del alma. Lo que estas cometiendo es un
pecado.
_ No
existe pecado cuando se ama de esa manera.
Helena
apoyó su mano en la barandilla del balcón. Estaba rodeada por Elisa.
_ Nunca
van a ser felices porque no lo permitiré. Marcelo jamás va a ser tuyo, jamás… -
gritó y empujó a Helena despiadadamente. La barandilla no soportó el peso y se
resquebrajó. Helena cayó en el pavimento.
_ Nooooo
– fueron sus últimas palabras.
Elisa
se quedó con el corazón en la mano.
-
IV -
Helena
Estaba tendida en el suelo.
Su
cuerpo estaba exangüe. En su cráneo se hizo un hueco profundo del cual brotaba
la sangre inagotablemente. Su alma inmediatamente voló de su cuerpo y se
introdujo en el retrato que estaba colgado en la pared de la sala de estar. Pasó
por un túnel oscuro.
_ ¿Dónde
estoy? – se preguntó extrañada - ¿Por qué mi cuerpo está allá abajo? ¿Qué es
este túnel oscuro? No, nooo…
Al cabo
de un tiempo apareció en una cápsula. Su alma fue cayendo en el cuerpo congelado de una joven. Abrió los parpados. El frio la
torturaba.
_ ¿Dónde estoy? – se volvió a preguntar… su alma
se había reencarnado en otra piel. En un cuerpo ajeno. Al parecer la vida le
estaba dando una segunda oportunidad.
Volvió
a vivir, pero en otra piel. Era algo insólito, inverosímil, absurdo, imposible,
ilógico.
Entre
tanto Elisa palideció al observarla caer. El miedo congeló su cuerpo. Se llevó
sus manos trémulas a la boca. Su maldad había llegado muy lejos. El rubor
coloreaba sus mejillas bruscamente.
Hubo un
silencio cortante.
_ ¡Dios
mío! – exclamó Ernestina al divisar a Helena tendida en el suelo. Una atroz
sensación de horror la invadió. Contempló aquella trágica escena por unos
segundos.
_ Señora
– dijo lastimosamente. Se acercó a su lado. Dobló sus rodillas y puso su mano
sobre su cuello. No tenía pulso – seño Úrsula, señorita Elisa – gritó
gravemente.
_ ¿Qué
sucede Ernestina? ¿Por qué esos gritos? – preguntó doña Úrsula asomándose al
barandal del balcón. La impresión que se llevó fue tan fuerte que no pudo
articular una sola palabra. Sintió parálisis momentánea.
Al cabo
de unos breves minutos reaccionó.
_ ¡Virgen
santísima! – exclamó - ¡Helena! – descendió presurosa los escalones.
_ ¡Qué
tragedia! – masculló palabras Elisa simulando asombro – hermanita porque tuvo
que pasarte esto a ti, porque…porque a ti – exclamó a voz en cuello postrada en
el pavimento, abrazó el cuerpo de Helena.
_ ¿Cómo
pudo suceder algo así? – interrogó la abuela deshecha en dolor.
_ No lo
sé señora – respondió angustiada – cuando yo la vi ya estaba tendida en el
suelo.
_Ese
barandal no se pudo romper casualmente – añadió – por favor llama a una
ambulancia urgente – le ordenó a la criada.
La ama
de llaves tomó el teléfono en sus manos. Con la mano izquierda lo sostuvo y con
la diestra marco rápidamente. Masculló palabras que se ahogaban en llanto,
balbuceó y después colgó el teléfono.
Al cabo
de un tiempo se encontraban en la sala de espera de la clínica más cercana y
prestigiosa del estado: Clínica Santa Lucia. Doña Úrsula aguardaba de pie
impaciente, ansiosa, los resultados. Se paseaba a menudo por el espacioso pasillo
de la clínica. Elisa estaba sentada en un sofá. Al fin la abuela vio acercarse
al doctor Valdivia al final del pasillo.
_ ¿Familiares
de la paciente Campos-Miranda? – preguntó
_ Si,
doctor. Dígame, ¿Cómo está mi nieta?
_ Acaba
de entrar en un coma profundo. Está en terapia intensiva. Tuvo una fuerte
contusión en el cerebro. Su cuerpo aún no responde.
_ ¿Y su
bebe? ¿Está bien?
_ Lamentablemente
no pudimos hacer nada para salvar a su bebe. ¡Cuánto lo siento!
_ Dr.,
¿Ella estará bien?
_La
tenemos en observación por el momento. Habrá que esperar. Su caso es muy
delicado. En cuanto tenga noticias le informo. Con permiso.
El
doctor Valdivia se marchó. Doña Úrsula quedó deshecha en incertidumbre.
Instantes después, aparecieron Marcelo y Valentina en el pasillo de la clínica.
El rostro de Marcelo se disolvía en zozobra. El nerviosismo y la tensión se
respiraban en la brisa estival que corría. La incauta niña corrió a los brazos
de su abuela y preguntó anclada a una esperanza: abue, ¿Mamá va estar bien
verdad?
_ Si mi
cielo. Tu madre es una mujer muy fuerte. Vas a ver que va a salir de esta
prueba que le está poniendo la vida.
Las
inocentes lágrimas de la niña conmovieron a su abuela y su padre y les inspiró
melancolía. El miedo se apoderó de ella. Ahora tenía que acostumbrarse a su
ausencia.
_ ¿Cómo
esta Helena, Úrsula? – articuló lánguidamente.
_está
muy mal Marcelo. Está en terapia intensiva.
_ ¿Por
qué tuvo que pasar esto? ¿Por qué la vida es tan injusta, por qué ahora me roba
todo lo que más amo?
_Así es
la vida. La vida es incierta, solo podemos vivir el presente. El mañana es
incierto.
_El
doctor dijo que tiene una contusión cerebral y está en coma. Las posibilidades
de vida que existen son casi nulas.
_Yo
tengo que ver a mi mujer.
_ Espérate
Marcelo, no hagas esto más difícil, por favor – dijo Elisa tomándolo del brazo
– espérate a que venga el Dr.
_ Déjalo
Elisa está en su derecho.
Marcelo
entró en la habitación donde su esposa estaba luchando por su vida. Conectada a
un suero artificial.
_Por
favor señor, no puede pasar – dijo la enfermera que estaba por allí cerca.
Transcurrieron
varios minutos. El Dr. Valdivia hizo saber a los familiares de la paciente una
noticia que daría un vuelco en su corazón.
_ Lo
siento mucho, pero la señora Helena Campos-Miranda acaba de fallecer. Mi más
sentido pésame. ¡Cuanto lo lamento!
_ ¡Dios
mío! – exclamó la abuela – parece que fuera mentira. ¡Cuánto dolor, oh dios
mío!
_Abuela
tranquilízate – repuso Elisa – las cosas suceden por algo.
_En
estos momentos su esposo debe estar con ella y necesitamos de su ayuda para
poder sacarla de ahí. Además, van a necesitar una serie de trámites y no creo
que el señor Manrique esté en condiciones de hacerlo.
_ Yo
voy en reemplazo de mi cuñado Dr., ¿A dónde hay que ir?
_Acompáñame
por favor.
Abandonaron
el lugar.
La
casa-hacienda estaba de luto. Doña Úrsula estaba abatida, pero Marcelo era el
más afectado por esta inesperada perdida. Estaba cruelmente herido, las
palabras sobran para describir un dolor tan grande que no cabía en su pecho.
El día del
entierro el viento desdibujó las nubes de papel en el cielo. Llegaron al
solemne camposanto. Los familiares vestían finos, largos y oscuros atuendos. El
color negro era la señal de luto y desesperanza por parte de los seres
queridos. Doña Úrsula y Elisa se habían cubierto la cabeza con un velo negro
transparente de terciopelo. Había una multitud de gente acompañando a la
distinguida y sentida familia en su dolor.
Elisa
se afanaba en consolar a Marcelo. Lo abrazó fingiendo su desazón con lágrimas forzadas.
_ Señor
recibe en tu sagrada morada el alma de tu hija, que su nombre sea inscrito en
el libro de la vida. Solo tú, magnifico creador y dueño de la vida puedes
concederle la paz y colmarla de amor. Te rogamos por ella – imploraba el cura
Octavio -descansa en paz Helena y que Dios te bendiga en el nombre del padre,
del hijo y del espíritu santo, amen – decían todos a una misma voz.
El
señor cura sostenía con la mano izquierda una sagrada biblia. Depositaron
espléndidas rosas blancas sobre el ataúd familiares y conocidos.
La
familia se despidió de ella por última vez. Marcelo no asistió al funeral
estaba tan destrozado el pobre que tuvo que ser anestesiado.
_ Adiós
hija, nunca pensé tener que despedirte así. Vamos a volver a estar juntas algún
día, te lo rometo. Descansa en paz, que dios te guarde en su memoria – dijo
doña Úrsula mientras su voz se entrecortaba en gemidos amargos.
Bien
dicen que nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde. La vida es un efímero
suspiro que se esfuma como nubes en el cielo. A veces llueve en el alma
melancolía y ahí crepúsculos eternos de dolor que no se pueden aplacar
fácilmente. Sombras de impotencia y zozobra que te abrazan y te ahogan de
vacío. Miradas que cual fugaces estrellas alumbran efímeros instantes la umbría
tempestad de tu corazón. El bálsamo de consolación está suspendido cual astro
en el cielo. El mejor guardián de tus heridas es sin duda el tiempo y el
silencio suele ser la única verdad para algunos.
Elisa
no derramó ni una lágrima en el funeral. Estaba en shock no porque lamentaba la
muerte de Helena, sino porque la culpa carcomía su conciencia. El terrible
secreto que escondía bajo siete llaves le oprimía el pecho.
Después
del entierro se alejó silenciosamente de la multitud y se quedó de pie frente a
la lápida de su difunta hermana. Le pidió perdón por su fechoría. Tenía los
ojos empañados de lágrimas.
_Helena
por favor perdóname. Te juro que yo no quise hacerte daño. Marcelo no puede
enterarse de esto. Él nunca tiene que saber la verdad, porque de lo contrario
nunca me perdonaría. Este secreto me lo voy a llevar a la tumba, así tenga que
cargar con el peso de conciencia toda mi vida – concluyó y abandonó el recinto.
-V
-
La luna abrazó al sol. Los ocho inviernos siguientes fueron los
más duros que se pudieron recordar en valle de bravo.
Valentina ya había dejado de ser una niña. Se había convertido en
una hermosa mujer de singular belleza. Era el vivo retrato de su madre. ¡Como
había pasado el tiempo! Todas las miradas de los hombres del pueblo se posaban
en ella. Poseía atributos envidiables. Sus ojos eran de un color increíble, se
figuraban cual gotas de roció sobre un lirio, diáfanos, esplendidos. Cautivaban
las miradas. El viento jugaba con su larga melena anochecida. Su terso y jovial
rostro lucía divino y radiante a la luz del sol.
Caminaba con elegancia a la rivera opuesta del rio. Las olas rompían en la orilla. Se deleitaba
con el melodioso trinar de las aves.
Posteriormente, Una remota mañana de estío Helena despertó en un
cuerpo ajeno. Parece fuera de serie o demasiado extravagante para ser
verosímil, pero es un hecho irrefutable. El cuerpo que ocupa el alma de Helena
pertenece a Altagracia Rivadeneira hija del magnate mariano Rivadeneira
Santander, el dueño de aquella clínica crónica. Aquella joven murió apenas a
los 19 años de edad de un extraño virus del que se contagió. Los mejores
médicos del estado y de toda Europa no pudieron hacer nada para salvarle la
vida. Clínicamente estaba muerta sin signos vitales, pero no fue enterrada. Su
padre no pudo soportar aquel dolor tan grande que le causó la pérdida de su
única hija que se resolvió a congelar su cuerpo en una cápsula a 196º bajo
cero. Estaba congelada. En sus intentos fallidos de hallar alguna posible cura
al mal que le cobró la vida. Ansió mucho tiempo que llegara ese momento de
volver a estrechar en sus brazos a la luz de sus ojos. La vida le estaba
regalando esta oportunidad.
Los médicos criónicos de la clínica prepararon el equipo necesario
para poder llevar a cabo el proceso de descongelación del cuerpo de la
paciente. El proceso fue un éxito.
Altagracia resucitó de la muerte gracias al alma de Helena que se
reencarnó en su cuerpo. Don mariano Rivadeneira y doña Amanda Dantes sintieron
como sus corazones se llenaban de júbilo. Ellos sintieron que también volvieron
a vivir. Ahora tenían una razón principal para hacerlo. Literalmente, su
felicidad estaba completa.
_ ¿En dónde estoy? – preguntó al fin – hace mucho frio. ¿Quiénes
son ustedes?
_ Mi amor, somos tus padres. Acaso, ¿ya no te acuerdas de
nosotros?
_Si, princesa. No alcanzan las palabras para describir la dicha
que siento por tu regreso. Le estaré eternamente agradecido a la vida por este
momento.
_¿Cómo te sientes? – preguntó doña Amanda tranquilamente.
_Estoy muy confundida. No recuerdo nada, ni siquiera a ustedes. Mi
mente esta en blanco.
_ Es algo normal, cariño. A medida que pase el tiempo estarás
mucho mejor.
_Dr. Lo llaman en la sala de emergencias – se acercó a decir una
enfermera.
Mariano asintió.
_Debo irme por un momento. Cuídate preciosa – susurró. Le dio un
beso en la sien.
Pasó algún tiempo, la familia Rivadeneira organizó una fiesta de
máscaras a vísperas de año nuevo. Querían festejar que su alegría retoñó
fragante en su alma con la resurrección de Altagracia.
La noche del día de la fiesta. La música era suave y amena,
bebidas exquisitas, copiosos platos exóticos desfilaban. El ambiente era
agradable. Corría un aire tibio. El novilunio estaba suspendido en un cielo de
constelaciones.
Los exclusivos invitados se paseaban por las instalaciones de la
magna residencia. La solemne alberca estaba plena de agua cristalina y fresca.
Doña Amanda había cordialmente invitado a la fiesta a la familia Manrique Campos-Miranda
que honraron con su presencia.
Tras el umbral de la fiesta, Altagracia Rivadeneira Dantes se hizo
presente. Lucía un atuendo azulino escotado, largo y flamante. Pendientes de
oro colgaban tras sus orejas, lujosos brazaletes adornaban sus muñecas y un
divino collar se exhibía sobre su cuello. Un antifaz de exótico diseño escondía
su rostro.
Caminaba despacio como una diosa. De pronto, sintió como la flor
de su alegría se deshojó con la última ráfaga de frio de una pena.
Detrás de su antifaz podía esconder el rastro de la lágrima
despiadada y trémula que invadió sus ojos. De repente, una mano se posó en su
hombro se sobresaltó. Se giró suavemente con sensualidad.
Un apuesto joven la miraba con una sonrisa de esas que te dejan
sin aliento, sin duda alguna era el adonis de Marcelo.
Sintió como su mirada derrumbó sus muros y casi de la nada le hizo
sentir el cielo tan profundo, sentía tal cual la letra de la canción que
bailaban al compás Tenía a su esposo frente a ella sin poderlo abrazar, ninguno
de los dos tenía la certeza de quien era quien en realidad.
_Hola – le tendió la mano
_Hola- respondió al saludo Altagracia, mientras estrechó su mano.
_Me concede el honor de bailar esta pieza bella dama– le propuso
el intrépido caballero. La joven asintió con un movimiento de cabeza. Se había
quedado prendada de su mirada seductora.
Bailaron largamente. Perdieron la noción del tiempo. El reloj dio las 12 de la noche y las luces
artificiales estallaron en el cielo, proyectándose un precioso reflejo.
Destellos de luces y emoción flotaban en el aire al igual que el destello del
primer amor. Cupido flecho sus corazones al azar. Se besaron por un rato impulsivamente.
Marcelo podía sentir que estaba besando los labios de Helena: su esposa.
_ Nadie besa así, como ella – pensó – dos mujeres no pueden besar
igual. Son sus labios, hasta tiene la misma mirada.
El
joven estaba subyugado por su extraordinaria belleza que no podía arrancarla de
su pensamiento. La sonrisa mágica y deliciosa que iluminó el rostro de aquel
ilustre caballero flechó su corazón. Suspiros brotaban en su corazón. Se miraron
con ternura y supieron que eso era amor.
Dicen
que el tiempo es el mejor autor, siempre encuentra un final perfecto. Dicen que
la felicidad es efímera. Dejar el pasado atrás, dejar el amor que no pudo ser,
dejar el frio, ir hacia adelante y amar como la primera vez y es ahí cuando uno
entiende que escribir la palabra FIN es a tiempo.
Elisa
desde su sitio no podía evitar sentir celos y envidia, en cualquier mujer que
veía del brazo de Marcelo porque él nunca pudo ser suyo, y además se quedó
sola, atada a las cadenas de su amargura porque no dejaba de perseguirla LA SOMBRA DE HELENA.
(*) Luis Gustavo Gutiérrez Aguirre, estudiante de
la Unidad Didáctica, Producción e interpretación de textos, del segundo ciclo
(II - 2016) de la carrera de Administración de Negocios Agropecuarios.
Docente: Evaristo Augusto Chunga Zapata